domingo, 15 de agosto de 2010

IRA YAO - EL CUNAGUARO - Parte 2

LAS FIERAS
Detrás de cada arma hay un cobarde...

La pensión en Camaguán era lo suficiente limpia como para pernoctar. Los viajeros se ducharon y fueron a comer.
A las nueve salieron de cacería. Heriberto sacó de su jeep un rifle dándoselo a Pablo, quien había dicho ser cazador.
Dejaron el carro a orilla de la carretera, adentrándose por una trocha con los dos todoterreno y la camioneta. Fueron penetrando en un bosque que parecía un túnel.
Llevaban las luces bajas pero, de improviso, Heriberto encendió los focos del techo y éstas alumbraron una fila de animales similares al cerdo, que huyeron en la espesura.
Pablo disparó dándole al último, el cual quedó chillando.
–¡Un báquiro! –dijo Yanomo, saltando a buscar la presa.
–¡Cuidado!... –gritó Martín– los otros pueden volver.
Rolan recordó que ese animal era igual a los jabalíes; si uno resulta herido los demás van en su defensa, pudiendo con sus colmillos matar hasta un jaguar... o un hombre.
Se lanzó tras el indiecito y, cargándole rápido, volvió a tiempo a la camioneta perseguido por los otros saínos.
Gonzalo remató de un tiro al cochinillo y, haciendo sonar los motores al máximo, lograron que la familia huyera.
Luego, la noche y la selva parecieron más silenciosas que nunca. Yanomo miraba a Rolan. Los demás no salían de su asombro. Heriberto rompió el silencio con una chanza:
–Resultó ágil el musiú catire...
–¿Y quién no lo es con un báquiro atrás? – agregó Gonzalo.
La risa volvió a reunir el grupo, y prosiguieron la cacería.
A las dos horas ya volvían, el cansancio se hacía sentir. Deseaban una cama o el fresco reposo de un chinchorro.
Venían por otra trocha. Heriberto movía el foco del techo explorando entre la maraña.
Junto a un tronco vieron brillar dos ojos.
El hombre aumentó la luz. Un hermosísimo animal se destacó con sus orejas tiesas.
Parado, tendría unos cuarenta centímetros de alzada, de cuerpo robusto y patas fornidas. Se le notaba ágil, vivaz.
–¡Es un cunaguaro! –susurró Yanomo, con respeto.
Pablo y Heriberto dispararon, matando a la elegante fiera. Yanomo y el catire se miraron con angustia y dolor.
Sabían que se debe matar para comer. Lo del báquiro se justificaba, pero con el felino sólo era demostrar ruindad.
Fueron donde el cunaguaro.
Era un bello ejemplar de quince kilos y setenta centímetros de largo sin contar su cola de treinta.
La bella piel color naranja dorado con franjas y manchas café, rebordeadas de negro, estaba perforada por las balas. Debajo del hocico y el vientre, el pelaje aparecía blanco.
Tenía orejas redondeadas, cabeza estilizada, y en ella seis líneas horizontales. Dos llegaban hasta los ojos. Ojos pardos que, vidriosos por la muerte, aún tenían una mirada inteligente.
–Era una hembra... debe tener el cachorro cerca. –musitó Martín, comenzando a buscar en los alrededores.
Rolan sintió que se le revolvía la sangre odiando a la especie humana y su falsa superioridad, pero se contuvo.
Martín retornó con un cachorrillo del tamaño de un gato chico. La cría era encantadora. El terror le hacía chillar.
–Quedó sin quien la cuide. – dijo, dándolo a Rolan.
–Yo lo cuidaré.
–Lo sé. Son hermanos. Los dos son parecidos. Cada uno a su manera. Son solitarios en un mundo de seres diferentes.
Los llaneros cargaron el cadáver de la madre en el jeep, obtendrían buen precio por la piel.
Todos volvieron a los coches.
Yanomo llevaba al cachorro sobre sus piernas.
–Es una hembrita... –dijo con indígena introspectiva forma de ser– una hembrita Ira-yao. Tú eres un hombre Ira-yao.
–¿Qué me está diciendo? –preguntó Rolan a Aníbal.
–Ira-yao es como en su tribu llaman al cunaguaro. Te está dando un gran honor. Dice que eres hombre cunaguaro.
Rolan tenía los ojos húmedos. Jamás se había sentido tan honrado con un título. Y dijo, para disimular la emoción:
–Aníbal... ¿Cómo conoces el idioma de Yanomo?
–Mi madre es india, se llama Yaruré, de la misma etnia, la Yanomami, pero de distinta tribu. Mucho más al sur, en el Estado Amazonas. Mi padre era como el tuyo, francés.
–¿Y cómo se conocieron?
–Hubo un dictador, el general Guzmán Blanco, que gobernó de 1870 a 1888. Fue hombre de política liberal, progresista, anticlerical, que hizo superar el país en lo material e intelectual. Tenía adoración por lo francés, quiso convertir a Caracas en una “petite” París. Trajo de Francia la arquitectura, las costumbres, los artistas. Fueron los “messieurs” que luego se convertiría en “musiú” como sinónimo de extranjero.
–O sea, que musiú significa señor. –reflexionó Rolan.
–Por mucho tiempo lo fue... pero luego con el petróleo se corrompió todo, y llegó a ser despectivo. –dijo Aníbal.
Rolan acariciaba la piel de la cachorra, y musitó, reflexivo:
–A veces pienso que el progreso destruirá este mundo natural... y que yo estoy ayudando a ese progreso.
–No puedes evitarlo. Los conquistadores vinieron por el oro. Después llegaron los hambrientos y perseguidos en busca de tierras fértiles, ahora el petróleo es el oro negro.
–Nosotros usamos el excremento del diablo para curar enfermedades y arreglar curiaras. –dijo Yanomo.
–¿Te das cuenta, Catire?... –indicó Aníbal– Las cosas no son malas en sí, sino como se usan. Excremento del diablo es como los indios llaman al petróleo.
–Acertado el nombre. –musitó Rolan– Los aborígenes son más sabios que nosotros, los que nos llamamos civilizados. Pero, continúa. ¿Cómo sigue la historia de tu papá?
–Mi padre era pintor, aventurero. En vez de quedar en la capital marchó a Angostura. Se enamoró de la selva, de los llanos, del Orinoco, de las tribus indígenas, de los animales, pájaros y árboles... todo lo pintaba y dibujaba. Un día que remontó el río hasta una aldea de indios, le ofrecieron una niña cuyos padres habían muerto. El francés la crió. Yaruré creció, el musiú se casó con ella. Fue mi mamá. Nací yo y mis hermanos. Nos criábamos entre dos culturas. En Angostura éramos llaneros; y en la aldea, indios.
–¿Cómo llegaste a Caracas? Eres famoso por tus dibujos.
–Mi padre envejecía, enfermó, y retornó a la “petite París”. Allí nos educamos. Nos dejó la costumbre de volver cada tanto a nuestros ancestros, a los Yanomami. En una visita encontré a Yanomo, era huérfano. Se repetía la historia. Lo adopté, y ahora se cría con mis hijos caraqueños.
–Y tú seguiste con el arte de tu padre. –agregó Rolan.
–Sí... Es una mezcla de placer y deber. Soy feliz cada vez que dibujo algo de nuestra fauna o naturaleza, de la selva de árboles, animales, aves y ríos. Y me siento obligado a hacerlo para que lo conozcan los seres de la ciudad, ya que muchos nunca saldrán de la selva de concreto.
–Ojalá yo pudiese dibujar como tú, quisiera aprender a tu lado. Pero, será difícil, a ti la naturaleza te surge de dentro.
–Lo harás. Hay dos clases de emigrantes, los que dejan el ancla clavada en su tierra, y los que la echan en la nueva.
–Hay otra, –agregó Rolan– los que no anclan en ningún lado. Los corsarios de todos los tiempos.
–Ésos sólo pasan. Recuerda, mi padre también era musiú. Recuerda Catire... eres hombre Ira-yao.

...ooOoo...

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